jueves, 18 de diciembre de 2008

Transparencia y supervisión, claves para evitar otra crisis subprime

Jorge Soley


La crisis subprime se inició en julio de 2007 con la suspensión de reembolsos de los fondos de Bear Stearns y, un año más tarde, sus efectos aún no se han cuantificado totalmente. El exceso de liquidez, el predominio de la transferencia de riesgos y la falta de supervisión dieron lugar a una situación insostenible que ha afectado a las entidades bancarias y a las compañías de seguro, en primer lugar, pero también a los fondos de capital privado (private equity) y, de forma indirecta, a la actividad inversora de los hedge funds, los fondos de inversión y los fondos de pensiones. En definitiva, esta crisis afecta al sector financiero en su globalidad, como explica el documento "Aspectos financieros de la crisis subprime", preparado por Jorge Soley, profesor de Dirección financiera del IESE. La gran pregunta es cómo pueden las entidades financieras plantar cara a la crisis y qué medidas podrían evitar que se repitiera. El primer paso es conocer sus orígenes.

Las causas
Esta crisis tiene su origen en las hipotecas subprime (de las que toma el nombre), las hipotecas de alto riesgo concedidas en Estados Unidos a personas con un historial crediticio de impagos, con capacidad baja o nula para financiar parte de la compra de la vivienda y bajos ingresos en relación con la deuda asumida.
Para entender cómo se ha llegado a esta situación es necesario conocer el contexto económico en el que se produce. Para ello hay que remontarse al periodo anterior a julio de 2007. Por una parte, en el mundo de la banca se puso de moda el modelo de distribución originate to distribute, basado en políticas bancarias que se desprendían inmediatamente del riesgo, al venderlo a otras entidades. Esto hizo posible globalizar los productos e incorporar nuevos inversores a través de la transmisión de riesgos. Pero también provocó que la entidad originadora del préstamo se desvinculara de la situación patrimonial del acreditado, y que el nuevo inversor comprara un título a ciegas sin conocer realmente los riesgos que conllevaba. Las entidades bancarias dejaron de lado el principio básico de la banca: la devolución del préstamo por el prestatario, que se complica cuando éste último tiene una capacidad financiera baja o nula. Además, los sistemas de remuneración de los ejecutivos bancarios priorizaban el volumen de negocio en lugar del buen fin del crédito.
En aquel momento existía además un exceso de liquidez, primas de riesgo muy reducidas, una fuerte revalorización de los inmuebles que garantizaban los préstamos hipotecarios y una búsqueda por parte de los inversores de alternativas con altas rentabilidades, que se vieron cumplidas con la aparición de complejos "productos estructurados" derivados de crédito, como los Collateralised Debt Obligations (CDO), que se comercializaban a través de los "vehículos especiales" (los Conduits y los SIV), sin supervisión bancaria. La falta de supervisión se vio agravada en muchos casos por su alto apalancamiento financiero, en contra de la ortodoxia bancaria: inversión a largo y financiación a corto plazo.
Ante la confluencia de estos hechos y la sobrevaloración de las tasas de recuperación en caso de los impagados, no es de extrañar que el castillo de naipes acabara derrumbándose. Pero, ¿cómo desemboca una crisis del sistema financiero en una crisis económica global? El mecanismo es fácil de entender: a través de los canales amplificadores (prima de riesgo, efecto negativo en los recursos propios de las entidades bancarias y la incertidumbre sistémica), que provocan la caída de la oferta crediticia y un endurecimiento de las condiciones de concesión de crédito.

El nuevo escenario financiero
Toda crisis comporta cambios y en este caso ha provocado (y provocará) una serie de modificaciones en las estrategias y políticas de las entidades financiera. Estos cambios, junto con otros factores, como la implementación de las normas prudenciales de Basilea II , las nuevas normas contables (IFRS) y el espacio común de pagos europeos (SEPA), acabarán creando un nuevo entorno bancario que muchos expertos creen que tendrá su punto de inflexión en 2010. Dado que el sector bancario supone aproximadamente un 10% del PIB mundial, estos cambios tendrán un impacto también en empresas y particulares, tanto a prestatarios como a inversores. Además, la crisis provocará cambios en los sistemas de supervisión y contabilidad, y en el papel de las agencias de rating.
El documento ofrece algunas recomendaciones. En primer lugar, debería existir mayor coordinación entre los supervisores nacionales. No puede (o no debería poder) existir una banca paralela, basada en vehículos especiales, sin supervisión y que no exija determinados coeficientes de solvencia, apunta el profesor Soley. Esto también afectará a la contabilidad, estrechamente ligada a la actividad supervisora. Cualquier decisión contable sobre los instrumentos financieros que han provocado la crisis subprime debe subordinarse a las políticas de Basilea II y no al revés. Por otra parte, debería incrementarse la homogeneidad contable entre Estados Unidos y Europa, para unificar los distintos criterios existentes.
En cuanto al papel de las agencias de rating, hay que recordar que un rating es una posibilidad, no una garantía. Sin embargo, existe un conflicto de intereses que se debería combatir, puesto que las agencias están pagadas por las emisoras, que buscan altas calificaciones, y no por los inversores. Es necesario, por tanto, mejorar muchos aspectos de su operativa, exigir transparencia en los métodos utilizados y más neutralidad en sus sistemas de remuneración.
También la banca tendrá que replantearse sus estrategias. Las entidades supervisoras señalan que el éxito de las entidades bancarias dependerá de un control de riesgos exigente, del cumplimiento normativo y de unos principios éticos y de buen gobierno, especialmente en un contexto en que cada día se valora más el riesgo reputacional. La crisis subprime ha puesto de manifiesto, aún más si cabe, la necesidad de mejorar los modos de operar y los procedimientos independientemente del modelo bancario elegido. Deben tenerse en cuenta los riesgos de crédito y también de liquidez, un factor que se ha subestimado. Se ha de volver a los orígenes: conocer bien al acreditado, estudiar a fondo los productos que se comercializan y limitar las posiciones propias de las entidades crediticias. En este sentido, resulta también clave encontrar nuevos sistemas de remuneración de los ejecutivos bancarios que no estén tan vinculados a los resultados a corto plazo.
En definitiva, es necesaria una mejora en la gestión de riesgos, en el cumplimiento normativo y en los sistemas de gobierno. "Saldrán victoriosas de la crisis aquellas entidades con una mejor gestión integral de riesgo", asegura el autor.

(fuente: web IESE)

2 comentarios:

BICHICOMA dijo...

La verdad, a mi entender, es que no hay que ser un economista de postín o un 'gurú' de las altas finanzas para colegir de los recientes acontecimientos que la avaricia ha devengado en 'la gran cagada -con perdón- mundial de las inversiones'.
La banca, tradicional prestataria de la estructura industrial, se ha 'liado la manta a la cabeza' y dedicado a florituras especulativas, olvidando su verdadera razón de ser.
Han creado 'humo', lo han inflado, nos lo han vendido y les ha explotado en las manos.

Pablo Ámez dijo...

Siempre lo clavas